Una batalla silenciosa discurre en las regiones australes de Argentina y Chile. El castor se ha convertido en una plaga que arrasa los bosques, humedales y turberas de los confines del mundo. Hoy, es necesario el esfuerzo conjunto de las autoridades sanitarias de ambos países que junto a expertos en manejo de fauna silvestre y biólogos, deben hallar un freno urgente al avance de la especie.
Greenpeace alerta acerca del flagelo silencioso que tiene lugar en los confines del mundo. En la Patagonia Argentina y chilena la amenaza viene esta vez de la mano de las poblaciones de castores, una especie exógena que se ha convertido en la principal causa de degradación de los ecosistemas del sur en ambos países. Por ello, se llama a la colaboración de expertos para poner fin de modo urgente al avance de la especie.
Los castores llegaron a la Isla Grande de Tierra del Fuego- lado argentino- en 1946. Allí,en tan solo 50 años se convirtieron en plaga. Su laboriosa gestión de ingenieros ambientales ha ido poco a poco transformando el paisaje sureño. Con el paso del tiempo, su población ha ido invadiendo cada rincón de las cuencas hídricas del archipiélago, afectando gravemente a los bosques ribereños, a los acuíferos y a las turberas , los humedales claves que retienen grandes cantidades de dióxido de carbono, que de ser afectados, se liberaría a la atmósfera.
En cifras, las pérdidas económicas en Argentina se calculan alcanzan los 66 millones de dólares cada año y en Chile, alrededor de 73 millones, debido a los daños directos que la especie le infringe a los bosques nativos.
Importar especies exógenas y sus consecuencias no deseadas
“En el imaginario social de los años 50’ el modelo de desarrollo vigente en el hemisferio norte era el modelo a seguir , el más valorado y respetado. Por ello, en cada aspecto se buscaba imitar lo que se hacía allá. Por ejemplo, importar especies fue algo que les pareció un buen punto por donde comenzar. En esa época se veía esta acción como una excelente oportunidad de crecimiento económico”, cuenta Christopher Anderson, biólogo y profesor asociado de la Universidad Nacional de Tierra del Fuego. Por ello, la Patagonia a ambos lados de la Cordillera de los Andes se fue poblando de especies como el castor, la rata almizclera y el visón americano.
“En todos los casos, hay que resaltar que la estrategia fue pensada para poder explotar comercialmente sus pieles. Sería injusto hoy, juzgar a las personas que tomaron aquellas decisiones que resultaron tan poco atinadas. En esos momentos, no había estudios suficientes para comprender o anticipar lo que podía ocurrir en el entorno”, explica Alejandro Valenzuela, bioecólogo especializado en manejo de especies invasoras del Conicet.
Lo cierto, es en los comienzos de la década del 50’, nadie podría imaginar que un siglo más tarde, el castor (Castor canadensis), un tipo de roedor natural de los bosques canadienses y estadounidenses, sería considerado una plaga a exterminar en los confines del mundo. Esta especie de roedores construyen sus madrigueras con la boca de acceso sumergida para dificultar lo más posible el acceso de sus depredadores. Aunque cabe destacar el hecho de que en el hemisferio sur, no tienen enemigo alguno.
Las madrigueras
Para construir su refugio, los castores necesitan disponer de cursos de agua tranquilos que logran diseñar a partir de la creación de pequeñas represas. Con sus cuatro poderosos y eficaces dientes incisivos, roen los troncos de los árboles hasta demolerlos y con ello, ya pueden comenzar a fabricar los diques. La diferencia clave radica en que, a diferencia de su entorno original, en la patagonia, la naturaleza circundante ha respondido de modo muy diferente y la consecuencia ha sido un profundo desequilibrio de los ecosistemas.
“Como se trata de una especie cuya vida transcurre junto a los cursos de agua mansa, el principal impacto ecológico negativo se evidenció a través de la notoria transformación del paisaje de todo el archipiélago en las riberas de arroyos y ríos. Los castores son los ‘ingenieros de los ecosistemas’, son hábiles en la construcción de diques y lagunas con troncos y, en el sur han logrado fragmentar el bosque ribereño”, explica Anderson. El cambio es tan significativo que el científico lo considera como “el mayor impacto en el paisaje de Tierra del Fuego desde el retroceso de la última glaciación. Hoy se estima que alrededor de unas 40 000 hectáreas de bosque están afectadas y se debe actuar ya para no perder este tesoro de valor único para nuestro país y de importancia ecológica vital para el planeta”cerró el investigador.